Hace 40 años, los hongos más apetecidos por los hippies colombianos crecían en el estiércol del ganado cebú que rondaba las orillas del río La Miel, en el oriente de Caldas. El lugar era el paraíso de todos los mechudos que para llegar debían seguir unas coordenadas muy precisas: ‘Isaza, Caldas, kilómetro 30 vía La Dorada, preguntar por don Manuel Quinceno, Hacienda Pozo Redondo’. En el camión de la leche o a pie, los hippies recorrían la ruta de peregrinación que los dirigía a una finca de alucinación, espiritualidad y, por supuesto, paz y amor.
La Miel, como popularmente se conocía al paraíso hippie de inicios de los setenta, era un terreno llano de dos hectáreas. El río bordeaba la finca y en la mitad se formaba una playa de arena reluciente. Don Manuel Quinceno era el dueño de la parcela en donde vivía con su esposa, su suegra y sus dos hijos. Cabañas de guadua, con techo de hojas de plátano y piso de barro, eran la vivienda de estos humildes campesinos.
Además del platanal sembrado por don Manuel, en la finca abundaban los hongos que emergían de los excrementos del ganado que había sido importado de la India en los años cuarenta, y que era el único capaz de producir con sus heces la psilocibina, principal agente alucinógeno de los hongos. Entonces, varios hippies no consideraron insensato sacralizar a los animales que ayudaban a producir el fruto que los vinculaba armónicamente con el ser y la naturaleza. Como los hindúes, los hippies decían que el ganado era sagrado, que los hongos eran mágicos.
Orlando Rosas, uno de los hippies bogotanos de inicios de los setenta, había descubierto La Miel porque su familia tenía una finca en el Magdalena Medio. En una jornada de pesca, Rosas fue a dar a los terrenos de don Manuel y no tardó en contarle a sus amigos hippies, que poco a poco empezaron a frecuentar el lugar donde se vivían los viajes más fascinantes de hongos.
Los alucinógenos naturales se convirtieron en la novedad dentro de la variada oferta de drogas sintéticas que consumían los hippies criollos: LSD, bifeta, mequelón, qualude, mándrax o window pain. Todos estos eran ácidos y ‘pepas’ para experiencias muy a tono con la espiritualidad y la conexión cósmica de los hippies. Pero tal vez los hongos eran los que producían los mejores efectos para lograr dichos fines, pues consumidores de distintas ciudades de Colombia, e incluso muchos extranjeros, pasaron por La Miel.
Los hongos estaban por todas partes, eran gratis y, lo mejor, naturales. La cantidad suficiente para alterar la conciencia dependía de cada persona; decían que la medida exacta era siete hongos, aunque a veces bastaba con solo uno y en el caso más extremo se necesitaban hasta 70. Algunos se los comían directamente del piso pero otros preferían acompañarlos con algo de miel para disminuir el sabor a humedad. En medio de tanta naturaleza, un viaje de estos hongos hacía que los hippies se sintieran en el cielo. El clima caliente, los olores del campo, el paisaje, la paz del río, todo se combinaba para adentrarse a la onda mística y cósmica.
Muchas veces, las ‘trabas’ en La Miel eran comunitarias. Decenas de hombres y mujeres hippies se unían en una sola experiencia psicotrópica. Juntos cantaban y tarareaban canciones de Jimi Hendrix, Beatles, Bob Dylan o de grupos locales como La Gran Sociedad del Estado, La Banda del Marciano, Terrón de Sueños, Génesis, La Columna de Fuego y Siglo Cero. Era un campo nudista donde se consumaba el amor, y el río refrescaba la pasión de los jóvenes melenudos.
Don Manuel, al ver que su terreno se había convertido en una romería de hippies, decidió cobrar pasaje por el viaje de hongos. Pero estos jóvenes no llevaban mucho dinero en sus bolsillos, y no tuvieron más opción que pagar con sus mochilas, gafas, pulseras y demás chucherías de la época psicodélica. Hubo algunos hippies que se instalaron por varios meses en la parcela de don Manuel, a quien le ayudaban en las labores de cosecha y pesca.
La Miel dejó de ser un secreto hippie el día en que periodistas fueron a ver con sus propios ojos cómo los jóvenes se la pasaban dichosos y sin ropa. En los periódicos se publicaron varios artículos sobre el paraíso de los hippies al oriente de Caldas, que no tardó en llenarse de más gente y también alertó a las autoridades que nunca vieron con buenos ojos a los representantes de la contracultura en Colombia.
Además de La Miel, Taganga, San Agustín, Pandi, y las orillas del Río Pance eran algunos de los otros lugares donde emergieron comunas hippies dedicadas al consumo de hongos, que ya tenían fama internacional por su particular efecto de “correr el velo y descubrir el interior del ser”, como lo describían los seguidores de lo que se conocía como ‘La ruta sagrada', es decir, las distintas paradas de la peregrinación hippie a la colombiana.
En 1974 Don Manuel Quinceno fue asesinado. Se dice que los autores fueron bandidos de la zona que habían empezado a frecuentar los terrenos por rumores de la supuesta riqueza de Don Manuel gracias a sus ‘clientes’ hippies. La Miel había sufrido las barbaries de la época de violencia de los años cincuenta, y el terror volvió después con la aparición de grupos paramilitares en el Magdalena Medio. Así, la inseguridad primó en el lugar que poco tiempo atrás solo conocía de la paz, el amor y la felicidad de unos jóvenes que disfrutaban del viaje directo a la conciencia.
Hoy, después de casi cuatro décadas de la desaparición de La Miel, se ofrecen atracciones y actividades turísticas por el sector. Balsaje, vaquería, pesca deportiva, senderismo, remplazaron lo que antes era un happening continuo de los auténticos hippies colombianos.
Escrito por Jorge Esteban Benavides N.
Fuentes: Hippismo Criollo, 40 años después, tesis de Sandra Ramírez Carreño. Bogotá, Epicentro del Rock Colombiano entre 1957 y 1975, libro de Umberto Pérez. Criollos 60's, documental de María Elvira Talero. Entrevistas a Tania Moreno, Édgar Sarasty y Jorge Latorre.
TOMADO DE: http://www.cartelurbano.com/content/el-jard%C3%ADn-de-las-delicias-de-los-hippies-colombianos